viernes, 27 de noviembre de 2009

Viernes 6 am

Él llama a su puerta y sonríe. Ella se acerca al balcón y arroja un manojo de llaves para que pueda entrar. También sonríe.

Son las 6 am y a nadie se le ocurriría asomarse a la ventana una mañana de primavera que parece invierno. Sólo una paloma se atreve a revolotear en la ventana del edificio contiguo. Un gato atigrado, sigiloso, apenas se mueve en el techo de la casa de la esquina.

Alguien siente que puede verlo todo. Todo. Desde su ventana, desde lo alto de un edificio que pasa desapercibido ante los ojos de una multitud que empieza otro día, siente que puede verlo todo.

Y ve un reencuentro entre hermanos que hace tiempo no se ven. Ve risas cómplices y chistes familiares que nunca hizo y nunca oyó. Piensa en una mesa con dos cafés calientes, azúcar y masas finas sobre un mantel inmaculado. Puede sentir el calor de dos hermanos que son amigos o dos amigos que son hermanos. No puede quitarse de la mente la imagen de una familia que, quizás a miles de kilómetros de distancia, espera el llamado que asegure que Germán llegó bien y que Leticia lo recibió como le enseñaron.

Piensa un abrazo dado por sorpresa en la cocina, en los dos cafés que ya están fríos y en las tres golondrinas que alejaron sus pensamientos. Vislumbra sus planes y descubre sus miedos. Piensa cómo alejarlos. A ambos. Pero, sabe, no puede ni debe. Después de todo, es sólo un reencuentro ajeno.

Deja abiertas las ventanas para que entre un día nuevo que siente ya viejo.