Casi sin avisar y sin piedad, en el silencio de la noche, a lo lejos, los truenos liberan la ira de un dios superficial, uno que no entiende de dolor pero que lo permite, uno que no sabe de ilusiones porque todo lo creó y todo lo tuvo, ese que predica con el ejemplo de hacer y deshacer a su antojo.
Desafiante, la tormenta amenaza la calma que el cielo supo encontrar. Las hojas de los árboles se inquietan con el soplo del viento Sur y la luna sigue tapada por las nubes en un cielo casi turbio, más gris que azul.
Desafiante, la tormenta amenaza la calma que el cielo supo encontrar. Las hojas de los árboles se inquietan con el soplo del viento Sur y la luna sigue tapada por las nubes en un cielo casi turbio, más gris que azul.
Llevo más de dos horas intentando dormir; cerrándole las puertas a la desilusión, a ésa que no entiende de negación. A ésa que insiste e insiste en golpear hasta derrumbar las puertas y ventanas de este umbral que a veces ni yo me animo a atravesar. Siento que está a punto de vencerme, pero no doy el brazo a torcer. La luz que entra por la ventana no es más que la de los relámpagos que anuncian la tormenta que está por desatarse, pero (casi) me basta para cerrar los ojos y volver a intentar.
Y a vos te pregunto: ¿Qué hacés en tus noches de soledad?